
Nos sorprende el resultado porque no tenemos estudios de opinión pública creíbles. El periodismo es sólo operación y los políticos no están a la altura de las circunstancias.
Hace rato que percibimos que hay tercios en la Argentina y que uno de esos tercios responde a una ideología que está fuera de la democracia. No es un fenómeno local. Es Trump, es Meloni, es Orban, es Le Pen, es el AfD alemán, es VOX, es Bukele, es Bolsonaro, entre tantos otros.
Todos los sistemas políticos consolidados de occidente discuten cómo tratar al monstruo. Un peligro que se caracteriza por la violencia, odio, falta de empatía, xenofobia, aporofobia, racismo, negacionismo, machismo, homofobia, rechazo a los inmigrantes, con vertientes de terraplanistas, negadores del cambio climático global, nacionalismos truchos y teorías conspirativas de todo tipo. No aceptan los resultados electorales, siempre les hacen fraude.
Bestial. Nada que no haya pasado antes en la historia de la humanidad, ojo.
La política argentina no discute qué tenemos que hacer con estas ideas, su desempeño electoral y su impacto en la libertad individual y colectiva..
En el mundo, las posiciones frente a este fenómeno se dividen entre dos posturas: quienes sostienen que se debe aislar a los violentos con un cordón sanitario y quienes piensan que el sistema los debe absorber, domesticarlos. Es un debate dramático que hace años que se da en casi todas las democracias consolidadas.
Luego del 30% de apoyo que obtuvo la propuesta política de la violencia, el ex Presidente 2015-2019 igualó al 30% que voto a JxC al 30% que votó a LLA sosteniendo que era un 60% en contra del oficialismo. No solo naturalizó y utilizó la emergencia del delirio, sino que saldó la discusión por todo el sistema: hay que aliarse con ellos e integrarlos.
Así la clase dirigente argentina pasó a discutir de nuevo quien gana en octubre, sin detenerse a pensar en que LLA es un fenómeno absolutamente nuevo porque niega la forma en que hemos resuelto los conflictos como sociedad, la democracia.
Nadie para la pelota y dice: «ojo, que si este muchacho gobierna, se termina el estado de derecho». No es una pavada. Es la amenaza mas importante que sufrio la democracia en toda su historia. Mucho mas peligroso que los carapintadas en Semana Santa.
Los lúmpenes desclasados que festejaban en el Sheraton, rodeados de señores mayores que reivindican la represión ilegal de los 70, son un peligro suelto.
Ni siquiera la historia de los Copitos, esa cohorte de marginales «emprendedores» que pusieron un revólver en la cara de una ex-Presidente alcanza para que nuestros líderes dejen de decir estupideces y tomen conciencia del peligro que enfrentamos: un líder mesiánico y delirante que además de hacer espiritismo con sus perros muertos alienta unas SS inorgánicas e impredecibles, capaces de cometer un magnicidio o de asesinar a una persona que pasa por la calle porque es pobre, peruano, boliviano, japonés o poqué no, por sus preferencias sexuales.
No abundan los comunicadores responsable que salgan del lugar común de si Bullrich puede ganar o perder votos en la elección general si aguanta o no su discurso o que Massa cualquier cosa. La operación sigue reemplazando a la información pública. La política reducida a un juego agonal suicida, operar para ver quien compite con LLA en el ballotage.
La división no es entre oficialismo y oposición.
La división es, como en 1983, entre democracia y dictadura.
Y esa cuenta de 60 a 30, es en favor de las personas que creen en el valor de la vida humana, en la libertad de elegir quienes somos y cómo vivimos, en la tolerancia.
LLA perdió la elección.
Ganamos los que pensamos que la democracia es una forma de vida y no estamos dispuestos a perderla en manos de unos locos violentos.
Basta de legitimar barbaridades.