Por Marcelo Insúa

Javier Milei, mantiene posturas firmes contra varios movimientos sociales, pero su relación con el feminismo se destaca por ser particularmente controversial. Si bien puede parecer que su rechazo se centra en la intervención estatal para garantizar la igualdad de género, lo cierto es que su negativa va mucho más allá de esta cuestión. La crítica de Milei al feminismo está vinculada con un aspecto más profundo: su defensa de un sistema económico que ha naturalizado la desigualdad de género, un sistema donde las mujeres desempeñan un rol fundamental en la reproducción de la fuerza laboral, pero sin recibir el reconocimiento que merecen.

El capitalismo y el rol invisibilizado de la mujer

Milei rechaza un concepto esencial del feminismo: el reconocimiento del trabajo no remunerado que las mujeres realizan dentro del sistema capitalista. Esta labor no se refiere únicamente a la maternidad, sino al cuidado y la educación de los hijos, funciones vitales para la reproducción del sistema económico en su conjunto. El capitalismo, en su forma más despiadada, ha impuesto a las mujeres una doble jornada de trabajo: el trabajo remunerado, cuando logran acceder al mercado laboral, y el trabajo doméstico y de cuidado, que ha sido históricamente invisibilizado y desvalorizado.

Aceptar esta realidad implicaría, por un lado, deconstruir las estructuras patriarcales que han relegado a las mujeres a un segundo plano en el ámbito político, social y económico. Pero esto no es algo sencillo, especialmente cuando se enfrentan modelos económicos que se benefician de estas desigualdades.

La lucha por los derechos de las mujeres y las leyes de paridad

El feminismo no solo busca la igualdad de oportunidades. Las luchas históricas de las mujeres han sido, en muchos casos, una batalla por la visibilidad y la participación. Durante siglos, las mujeres fueron despojadas de derechos básicos, como el derecho al voto. No fue sino hasta el siglo XX cuando, tras arduas luchas, comenzaron a obtener estos derechos a cuentagotas en gran parte del mundo occidental.

Las leyes de paridad, que buscan garantizar una mayor representación política de las mujeres, no se presentan como una medida para “favorecer” a las mujeres, sino como una herramienta para corregir un desequilibrio histórico. Estas leyes intentan nivelar el punto de inicio, permitiendo que las mujeres tengan una participación política igualitaria, algo que históricamente les ha sido negado. En realidad, lo que estas leyes buscan es impedir que la cultura patriarcal siga oprimiendo y limitando las posibilidades de desarrollo, tanto para mujeres como para hombres.

La resistencia de Milei: ¿Defensa del status quo?

La postura de Milei, con su énfasis en la no intervención del estado en la economía, responde a una defensa activa del status quo. Este sistema económico y cultural, aunque a veces se presenta como “neutral” o “natural”, en realidad perpetúa las jerarquías de poder, incluidas las desigualdades de género. El feminismo, al cuestionar estos sistemas de poder, se convierte en un desafío directo a los intereses que se benefician de la desigualdad.

Es posible que Milei vea en las demandas feministas, en especial aquellas relacionadas con la deconstrucción de la cultura patriarcal, una amenaza al sistema capitalista que él defiende. El feminismo no solo lucha por una distribución más equitativa de la riqueza y el poder, sino que también pone en cuestión las estructuras culturales que las sostienen. Para Milei, aceptar la crítica feminista significaría abrir la puerta a una reestructuración profunda del sistema que actualmente favorece a unos pocos.

s que una cuestión de igualdad

En el fondo, la postura de Milei parece reflejar una defensa del sistema económico que se beneficia de la desigualdad, más que una simple cuestión de ignorancia histórica o un rechazo a la igualdad formal.

Las políticas de paridad, lejos de ser un favor para las mujeres, representan un paso hacia la redistribución del poder. No se trata solo de una igualdad simbólica, sino de una transformación estructural en la que las relaciones de poder sean más justas y equilibradas.

Es aquí donde entra en juego el componente ideológico. En muchos sectores del conservadurismo, la igualdad de género se interpreta como una agenda progresista que podría desestabilizar valores tradicionales o cuestionar los principios económicos sobre los que se asienta el capitalismo: la competitividad, la meritocracia y la lógica del mercado. Aceptar el feminismo implicaría, en última instancia, aceptar que esas estructuras de poder deben ser cuestionadas y transformadas.

Un choque de intereses

En conclusión, la postura de Milei frente al feminismo es una clara defensa de un sistema que se beneficia de la desigualdad.

No se trata solo de una cuestión de ignorancia histórica, sino de un choque de intereses entre aquellos que buscan cambiar la estructura de poder y quienes desean preservarla tal como está. El feminismo, lejos de ser un “negocio” para Milei, representa una amenaza directa a ese orden económico y cultural que ha consolidado su poder.

Al rechazar el feminismo, Milei no solo se opone a la equiparación de derechos y oportunidades entre los géneros, sino que también defiende un sistema que depende de esas desigualdades para mantener su funcionamiento. El feminismo, al cuestionar estas desigualdades, se convierte en una herramienta clave para la transformación de las estructuras de poder y en una vía hacia un sistema más justo para todos

Defendamos las leyes de paridad, por ellas y por nosotros.

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