A 30 años de su creación
Por Flavio González, Profesor de Derecho de la Integración, UBA
El MERCOSUR cumple 30 años. Su evolución nos permite diferenciar tres períodos históricos: 1) el aperturista de los 90 que puso el acento en liberalizar el comercio intrazona, pero que luego de eliminar los aranceles de importación encontró un hueso duro de roer en otro tipo de obstáculos; 2) el proteccionista, ya en el nuevo siglo, que profundizó las restricciones comerciales existentes pero que intentó una nueva agenda en materia de integración social y desarrollo de infraestructuras aunque sin realizaciones significativas; 3) el estancamiento de los últimos años en el que – con excepción del Acuerdo con la UE – no hubo logros trascendentes y en el que se evidencia una notoria desorientación estratégica con respecto al futuro del proceso. Para colmo, últimamente los gobiernos azuzaron las diferencias que los separan olvidando que nuestros países tienen intereses comunes independientemente de la afinidad ideológica de los presidentes de turno. Tales intereses explican que siempre se haya caracterizado al Mercosur como un proyecto estratégico. Como si estuviéramos arriba de un barco que, en esta etapa de desorientación, no va a ninguna parte pero del que, por las dudas, nadie se quiera bajar.
Pero, dejando de lado la pirotecnia presidencial de estos tiempos, ¿tiene sentido seguir centrando los debates sobre el rumbo futuro del Mercosur en la controversia aperturismo vs proteccionismo comercial, típica de los primeros tiempos de la globalización? ¿Hasta qué punto la centralidad de ese debate “encaja” en el actual contexto internacional? En verdad, el mundo del libre comercio que vio nacer al Mercosur después de la caída del muro de Berlín ya no existe más. Se ha desatado la competencia entre EEUU y China por la hegemonía del sistema internacional de naciones. Un escenario complejo e inestable, como todo período de transición de poder de una potencia a otra, en el que los países del Mercosur deberán agudizar su visión estratégica para descifrar en qué áreas se encuentran las oportunidades para el desarrollo de sus naciones.
Prescindir de esa perspectiva sistémica debilita las bases para cualquier debate serio sobre el rumbo futuro del Mercosur. Porque desde Francisco Miranda a principios del S XIX hasta nuestros días, los incentivos para la integración sudamericana siempre estuvieron dados por los desafíos que provienen del escenario internacional antes que por la escasa complementariedad de nuestras economías.
En función de lo dicho, los temas comerciales, y en general aquellos relacionados con la economía y el desarrollo, deberían ser analizados desde una mirada geopolítica. Lograr con la geopolítica lo que resultó imposible de conseguir a partir de la “mano invisible” del mercado o de las clásicas medidas proteccionistas. Preguntarnos si en el Mercosur no ha llegado la hora de la Realpolitik.
Eso no quiere decir que tengamos que alinearnos automáticamente con uno de los centros de poder que disputan la hegemonía. Por el contrario, urge analizar la posibilidad de una estrategia flexible que nos permita aprovechar las oportunidades que vengan de uno u otro lado. Porque somos necesarios para resguardar la seguridad hemisférica de EEUU, pero también para garantizar la seguridad alimentaria y energética de Beijing. No olvidemos, después de todo, que buena parte de los grandes exportadores de alimentos son aliados naturales de Washington. ¿Acaso ello no ofrece una ventana de oportunidades para desarrollar una geopolítica alimentaria que nos permita dejar de ser meros exportadores de materias primas para transformarnos en exportadores de alimentos elaborados? ¿Y no podríamos también aprovechar el nuevo escenario para desarrollar nichos interesantes en materia de servicios o de nuevas industrias a partir de nuestra riqueza mineral y energética?
En fin, son muchas las preguntas que podría disparar el trigésimo aniversario del MERCOSUR. Se impone un período de reflexión para examinar las oportunidades que brinda el nuevo escenario internacional. Y nunca olvidar que el divorcio no es una opción: que los gobiernos de turno no separen lo que ha unido la geografía y la historia.