Por FABIAN BOSOER

Los procesos políticos latinoamericanos se informan los unos a los otros, muchos comparan para diferenciarse o exagerar contrastes, vanagloriarse o autoflagelarse con los yerros de su país frente a los logros de sus vecinos. El ejemplo de Chile.

Circuló en las redes un tuit del presidente electo de Chile Gabriel Boric, de sus tiempos de líder estudiantil de barricada, ayer nomás, que decía: “Los políticos chilenos se llenan la boca criticando a Argentina. Pero su dictador murió preso, mientras el dictador chileno fue senador”.

Fue uno de los muchos pronunciamientos que tuvo Boric en los últimos años, yendo a contracorriente de la proverbial arrogancia que forma parte del nacionalismo remanente a ambos lados de la Cordillera. Y era cierto: en materia de revisión judicial y sanción penal de las violaciones a los Derechos Humanos cometidas durante la última dictaduras, la Argentina fue pionera y ejemplo para la región así como una impulsora de los procesos de transición a la democracia en América latina en los años 80.

Hoy, las circunstancias lo encuentran a Boric, a los 35 años, ungido por el voto popular, preparándose para tomar el timón de su país, ofreciendo una bocanada de aire fresco y viento renovador para las democracias latinoamericanas, también con la incertidumbre y los interrogantes que despiertan su agenda y los enormes desafíos que deberá enfrentar.

Por lo pronto, va dejando algunas primeras lecciones: de ahora en más, habrá que revisar la tendencia a asociar izquierda con populismo y derecha con republicanismo.

Si Trump y Bolsonaro fueron evidencias de que “la derecha” puede ser populista y no tener precisamente una alta consideración por los principios liberales y las prácticas republicanas, y parece broma definir a Maduro y Ortega como gobernantes “progresistas” o “de izquierda”, Boric viene a decirnos que es posible llevar adelante un gobierno de izquierda con una concepción liberal y republicana de la democracia, sin que ello presuponga renunciar a sus propósitos y promesas de transformación.

Cuán utópico o realizable será ese propósito “revolucionario”, y cuánto irá acomodándose a las condiciones que le imponga la realidad es otra cuestión que habrá que seguir de cerca. Pero ese es el punto de partida y resulta auspiciosa la acogida que tuvo por parte del conjunto de la sociedad, sin estridencias ni tremendismos.

Los procesos políticos latinoamericanos se informan los unos a los otros, muchos comparan para diferenciarse o exagerar contrastes, vanagloriarse o autoflagelarse con los yerros de su país frente a los logros de sus vecinos. Otros comparan buscando parecidos y diferencias, tejiendo lazos de afinidad y tendiendo puentes buscando aprender del vecino.

En Chile, el perdedor reconoce la derrota y felicita al ganador, quien agradece el gesto e invita a transitar juntos el camino que viene. Presidente saliente y presidente entrante se reúnen a acordar la transición. Aquí seguimos con el jueguito que más les gusta, acusándose los unos a los otros de los peores latrocinios, con los peores modales, mientras afuera nos miran incrédulos. Y así estamos. Mucho que aprender.

Esta nota que reproducimos aquí fue publicada en el Diario Clarín,  Link a original: https://www.clarin.com/opinion/aprender_0_GPslSLMOh.html

La copiamos textual porque representa la mirada y el espíritu con el que escribimos en este blog. Pero no es material original de este blog sino solo copiado y pegado de la publicación original al solo efecto de adherir y,  si fuera posible, insistir con la difusión de su contenido. 

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