Al Presidente de la Nación, a diputados/as del Congreso Nacional y a ciudadanos/as:

Argentina vive una hora difícil. Pero la verdadera crisis no está sólo en las cuentas públicas: está en la conciencia con la que decidimos enfrentarlas.

El miércoles, cientos de jubilados y jubiladas se acercaron al Congreso de la Nación. No fueron a pedir privilegios, sino a defender derechos básicos. Hay millones de personas mayores que trabajaron toda su vida y hoy no pueden cubrir un medicamento, pagar un alquiler o comer con regularidad. Fueron, en definitiva, a recordarnos que detrás de cada cifra hay una persona.

Lo más alarmante no fue su pedido, sino la respuesta. Afuera, vallas y violencia policial. Adentro, sillas vacías. El Congreso no logró siquiera abrir la sesión para debatir una mejora en sus ingresos. No fue un problema técnico. Fue una decisión política. Porque la ausencia también es una forma de votar.

 

Adherimos a la carta pública de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, que con palabras firmes nos recuerda que “la situación de muchas personas mayores es dramática” y que “ninguna sociedad puede darse el lujo de descartar a sus mayores”. En ese espíritu, este llamado no es ideológico: es humano.

 

Presidente Milei: se nos dice con crudeza que “no hay plata”, como si esa frase resolviera todo. Pero el presupuesto de una Nación no es sólo un plan contable: es una expresión concreta de sus prioridades morales. Ajustar donde hay necesidad, no es eficiencia: es injusticia. Gobernar no es administrar una empresa. Es construir un destino colectivo. Y ningún destino puede edificarse sobre el sufrimiento silencioso de los más vulnerables.

 

A quienes integran el Congreso: representan a millones de ciudadanos, no a sus bloques ni a sus cálculos electorales. Si no pueden dar quórum para debatir el haber mínimo de un jubilado, ¿qué urgencia podría ser mayor?

Y a la sociedad toda: no naturalicemos la crueldad. No aceptemos que el desprecio al otro se vuelva discurso oficial. No miremos para otro lado mientras se desmantelan garantías mínimas de subsistencia.

 

Una Nación se mide por cómo trata a quienes ya no tienen fuerzas para pelear. Hoy, no estamos a la altura.

Quienes creemos en la política como herramienta de transformación, tenemos el deber de decirlo con claridad: no hay justicia posible sin un Estado que realmente se ocupe de esto. Y no hay futuro viable si dejamos atrás a nuestros adultos mayores.

La historia nos mira. Y en ella quedará registrado si fuimos capaces de levantar la voz, aunque sea tarde, o si optamos por el silencio cómplice.

Es tiempo de corregir el rumbo

Laura Echezarreta

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