Hace unos días Malamud dio una entrevista a Alejo Ríos, gran entrevistador. Dejaré el link al final de esta nota para quien quiera verlo. Pero eso me llevó a escribir estas líneas que hoy les comparto:
Andrés Malamud es una de las voces más escuchadas del análisis político argentino. Su estilo claro, su mirada comparada, calidez personal y su aparente neutralidad académica lo convirtieron en una referencia para muchos dirigentes, especialmente dentro de la Unión Cívica Radical. Sin embargo, detrás de su discurso técnico y “desapasionado” emerge una serie de contradicciones que conviene revisar con atención, sobre todo cuando se trata del papel que le asigna al radicalismo en la política argentina.
Malamud ha dicho que la UCR es el partido más antiguo de Argentina y que cuenta con una estructura federal que otros espacios envidian. También ha insistido en que el radicalismo “boicotea a sus propios liderazgos”, lo cual explica por qué, a pesar de su fortaleza territorial, carece de un candidato nacional potente. Ambas afirmaciones son ciertas. Las comparto plenamente. También dijo que es un partido machista, coincido!!. Pero la tensión aparece cuando se observan las recomendaciones que Malamud hace al partido: por un lado, promueve la plasticidad y la capacidad de adaptación a los contextos provinciales y por el otro, critica que esa misma lógica impide construir un proyecto nacional coherente y competitivo.
La pregunta es: ¿puede el radicalismo reconstruirse como fuerza nacional si su estrategia se basa en acomodarse a los liderazgos locales, si los diputados y senadores votan dispersos y haciendo el baile del Hula Hula ante cada sesión, según convenga a micro intereses, e incluso si eso significa aliarse con un proyecto como el de Javier Milei, que desprecia los partidos, el Congreso y el federalismo? ¿Es la plasticidad una virtud o el síntoma de una disolución estratégica?
Malamud evita definiciones tajantes, pero su análisis muchas veces termina validando posturas funcionales al poder de turno, sobre todo cuando ese poder se presenta con la promesa de “orden”, “eficiencia” o “modernización”. Critica a Milei por sus formas o sus excesos institucionales, pero no por su programa de ajuste brutal. Él no lo llama ajuste sino equilibrio fiscal, porque suena mejor.En realidad, ni el radicalismo progresista ni el más conservador cuestiona ni cuestionó nunca el equilibrio fiscal. En todo caso, lo que se cuestiona, desde los sectores alfonsinistas, es que ese “equilibrio fiscal” lo paguen los jubilados que cobran la mínima, los discapacitados, la ciencia y los médicos del Garrahan.
También desde el radicalismo alfonsinista se cuestiona a Milei por la forma extorsiva de tejer alianzas a partir del apriete a diferentes gobernadores, con los recursos. Si un gobernador debe arrodillarse, para que le transfieran dinero para pagar los sueldos no parece tratarse de un acuerdo cooperativo, democrático y que converge en un proyecto de nación compartido.
La aparente equidistancia le permite a Malamud mantener una imagen de experto neutral, pero al mismo tiempo lo vuelve un referente cómodo para sectores que buscan legitimación técnica para sus decisiones políticas, incluso cuando esas decisiones implican renunciar a principios históricos del radicalismo. Muchos radicales que lo siguen o lo citan lo hacen buscando un aval para justificar alianzas con la ultraderecha, mientras él sigue señalando que el partido no tiene rumbo nacional.
En definitiva, ¿puede el radicalismo reconstruirse si sigue tomando como guía a quien diagnostica su crisis pero valida sus síntomas? ¿Hasta qué punto la “plasticidad” no es otra forma de nombrar la pérdida de identidad?
Y lo digo con respeto hacia Malamud y porque coincido con todos sus diagnósticos, pero nunca logro coincidir con sus validaciones.
Laura Echezarreta
Link a la nota en La Runfla: https://www.youtube.com/watch?v=45Wf4We-iYc