Compartimos la nota que escribió su compañero de Clarín, el periodista Ignacio Miri , para despedir a un grande del periodismo argentino y una muy buena persona: Marcelo Helfgot.
Este sábado murió Marcelo Helfgot, periodista de Clarín y un analista minucioso de la tormentosa realidad argentina. Trabajó desde fines de la década del ’70 en el diario y pasó por las secciones de deportes y educación, pero fue en la cobertura de los temas políticos donde encontró el lugar que más le sirvió para contar lo que más le interesaba.
Trabajó en la revista El Porteño y en algunas publicaciones periódicas dedicadas al deporte, pero su lugar de pertenencia siempre fue Clarín. Ingresó al diario a finales de 1978, cuando tenía 18 años, para seguir temas deportivos y estuvo en esa sección hasta después de 1982, cuando cubrió el mundial de voleibol que se jugó en la Argentina.
Luego siguió los temas de educación y fue testigo de innumerables asambleas de estudiantes universitarios y congresos de la Federación Universitaria desde los primeros años de la democracia hasta la década del ’90.
En esos años, Marcelo quedó a cargo de seguir las noticias en la Unión Cívica Radical. Es difícil encontrar algún dirigente importante o secundario de ese partido que no haya conversado alguna vez con ese cronista capaz de insistir con llamados durante días hasta conseguir el dato que le interesaba. Marcelo Hugo Helfgot -como firmaba a veces- tenía entre sus contactos a ex presidentes, concejales de pequeños pueblos, ministros, diputados con mandatos cumplidos hace años y dirigentes estudiantiles convertidos en hombres de negocios.
Fue acreditado en la Casa de Gobierno, en la Cámara de Diputados y cubrió giras presidenciales en varios continentes. Siempre recordó con orgullo su cobertura de la Convención Constituyente de 1994.
Sus notas eran siempre piezas de lectura ineludibles para entender lo que estaba pasando. Combinaban su conocimiento enciclopédico de los personajes con una mirada original y pasajes de una ironía finísima con la que solía divertirse una vez que la nota era publicada.
Le dedicaba mucho tiempo a esas notas, incluso hasta exasperar a quienes las necesitaban para cerrar la edición. Esas demoras siempre estaban justificadas: un dato que se le escurría había requerido más llamados que los que preveía, porque las primeras fuentes que lo atendían desconocían la información o se negaban a confirmarla. Pero su minuciosidad siempre podía más, y el cronista encontraba una fuente que admitía que el dato -muchas veces incómodo- era correcto. Con cierta frecuencia, dirigentes del radicalismo llamaban al diario enojados porque alguna de las notas de Helfgot los había puesto en un lugar que no deseaban. Marcelo respondía con más notas, con más datos.
Mantuvo esa pasión por la información justa cuando se convirtió en editor. Cada nota que llegaba a sus manos se convertía en material para su ojo de de cirujano. Discutía con el redactor el enfoque del texto y los datos que aparecían en cada párrafo con un énfasis que muchas veces terminaba con intercambios en voz alta. Marcelo habría escrito que eran discusiones a los gritos. Esa vehemencia no le impedía mezclar el trabajo en la redacción con los chistes, o contar anécdotas de sus viajes o de sus largas vacaciones en Cuba, adonde viajaba cada año con Nadieski, su esposa y el gran amor de su vida, quien lo acompañó hasta el último minuto, cuando el cáncer lo castigó.
Sus compañeros en la sección El País, con los que compartió horas de redacción y coberturas de crisis recurrentes, elecciones, sesiones parlamentarias, renuncias y nombramientos de ministros lo recordarán siempre como lo que fue: un periodista que detrás de su fachada de cascarrabias cultivaba una vocación docente que desplegaba a cada rato.
En los meses que convivió con el cáncer, Marcelo enfatizó esta última característica. Se comunicaba con la sección para avisar de alguna novedad que conseguía o avisaba sobre algún tema que estaba siendo mal editado. Siempre tenía razón.
Eligió trabajar hasta el final y editó una de las notas de tapa de la edición en papel de Clarín de hace pocos días. La nota llegó a la tapa porque él la dio vuelta y le encontró un buen título. Como si hubiera comenzado a trabajar hace 40 días y no hace 40 años, se puso contento por el hallazgo que nos regaló en uno de esos extraños días de sequía de temas.
Hincha de Boca, arquero amateur, investigador de bodegas boutique y poseedor de un gran catálogo personal de restaurantes porteños, Marcelo Helfgot se fue a los 62 años y una montaña de notas -esas que sólo podía hacer él- quedarán sin ser escritas.
Nota Original: