Pablo Lozada Castro.
Desde hace algunas décadas, de la mano del auge de las comunicaciones, se ha registrado un proceso que desde la ciencia política se  denominó como de personalización de la política, donde en la competencia electoral el centro de la escena comenzó a correrse de las fuerzas políticas y sus programas a los candidatos, no sólo en los sistemas presidenciales sino también en los sistemas parlamentarios, aunque en estos últimos por las características de diseño institucional los partidos políticos siguen teniendo – en términos generales – un mayor peso a la hora de definir las candidaturas.

El proceso recién descripto fomentó, entre otras cosas, la aparición de outsiders. Es decir, candidatos que no vienen de la política y que incursionan en esa arena, transformándose  muchas veces en políticos profesionales. También llevó a que desde distintos sectores, como por ejemplo medios de comunicación e incluso centros de estudios, se vaticine frecuentemente la muerte de los partidos políticos. Aunque eso último, como se puede apreciar, está bastante lejos de suceder más allá de los cambios operados sobre los mismos y en las formas de representación.
Nuestro país no ha estado exento de ese proceso, pero a diferencia de lo que muchos pensaban luego que el sistema de partidos a nivel nacional se fragmentara producto de la crisis del 2001, hoy no sólo tenemos un sistema donde se destacan dos grandes coaliciones sino que en algunos casos – como puede ser el de Juntos por el Cambio – en los distritos con mayor cantidad de electores el sello de la coalición tiene un caudal electoral mayor al de la suma de los candidatos que se postulan por la misma.

Tampoco es menos cierto que en la actual coyuntura existe un alto nivel de descontento ciudadano con los principales líderes del oficialismo, y también con varios de la oposición, y en este contexto han surgido candidaturas  de referentes que vienen desde fuera de la política, en algunos casos tal vez con una historia de cercanía a las fuerzas por las que se presentan, y en otros a través de fuerzas políticas que se presentan a la competencia desde una crítica mordaz a la política y sus dirigentes, haciendo planteos irresponsables y de poco probable realización.
Si bien es bueno que la política incorpore nuevos liderazgos, sobre todo en un contexto donde la sociedad pide renovación, y que todo ciudadano tiene derecho a presentarse como candidato a través de una fuerza política, tenga ésta más o menos tradición. Es imperioso que los candidatos asuman una alta cuota de responsabilidad en relación a sus planteos, donde algunos manifiestan abiertamente sus deseos de hacer volar todo por el aire como si eso pudiera llevarnos a una situación mejor.

Tampoco hay que dejar de tener en cuenta que se trata de una elección de renovación legislativa – si bien muy probablemente tenga altas implicancias de cara a las elecciones presidenciales del 2023 – para  no generar expectativas desmedidas en relación a los cambios posibles que se pueden impulsar en el corto plazo desde el congreso nacional, donde lo primordial para la oposición es poder generar un equilibrio en la relación de fuerzas que permita tener un mayor control sobre el oficialismo.

Nuestro país atraviesa momentos muy duros producto – en gran medida – de largos años de malas políticas, y por la mala gestión de la pandemia llevada adelante por el oficialismo. Encontrándonos en una instancia donde la figura presidencial es seriamente cuestionada, y debido a ello el camino hacía el 2023 se dará probablemente en un contexto de grandes dificultades para una sociedad que lleva haciendo enormes sacrificios desde hace mucho tiempo y donde quién asuma la responsabilidad de conducir los destinos del país en el 2023 – provenga de una fuerza política tradicional o no – deberá casi indefectiblemente dialogar con las otras fuerzas políticas y sus gobernadores, al igual que con los empresarios, los sindicatos, y las organizaciones sociales, para poder llevar adelante un programa que le permita al país comenzar a dejar atrás la situación de suma precariedad en la que se encuentra sumergido.
Esas restricciones las tendrá en el futuro asuma quién asuma la máxima responsabilidad de gobierno, y las reformas que el país necesita para superar el actual estado de situación sólo podrán impulsarse desde la política, ni desde la vieja ni desde la nueva, desde la buena política.

Share This