Pinochet nos sucedió a todos
Por Jesús Rodríguez
Si Gabriel García Márquez dio en el clavo cuando expresó que “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.” Es que Chile había logrado hacer del respeto a la Constitución y las leyes un hábito saludable, algo que lo distinguió durante varias décadas de la mayoría de los países de América Latina, incluyendo a la Argentina.
Medio siglo atrás en nuestro continente se desplegaba la lucha de poder Este-Oeste. A Estados Unidos le molestaba el caso chileno. Quería evitar a toda costa que gobiernos de izquierda pudieran gestar una experiencia exitosa de transición pacífica al socialismo con potenciales efectos demostrativos para el resto del hemisferio e, incluso, para Francia e Italia- países que juntó con Chile contaban con los más poderosos e influyentes partidos comunistas de Occidente. Así, bajo el gobierno de Richard Nixon, a Estados Unidos le cerraba la idea de que un gobierno juzgado como peligroso, desde su visión de seguridad hemisférica, fuera sustituido por otro declaradamente anticomunista.
Entonces, con la complicidad de Estados Unidos, Pinochet llegó para quedarse. La violencia que caracterizó su desembarco se perpetuó en 17 largos años de dictadura sangrienta.
El gobierno de Alfonsín tenía una clara visión estratégica: la consolidación democrática de su país requería, necesariamente, de una democratización generalizada en el Cono Sur. No era fácil. La Argentina estaba flanqueada por gobiernos dictatoriales. Además de Pinochet en Chile, estaban Álvarez en Uruguay, Figueiredo en Brasil y Stroessner en Paraguay.
Frente al desprecio de elementales principios humanitarios (como la Operación Cóndor), Alfonsín concibió la política exterior como vehículo decisivo para consolidar la democracia, neutralizar detractores y diseminar sus valores para lograr un cambio duradero.
En esta línea, y en el caso particular de Chile, el gobierno de Alfonsín se trazó dos objetivos: desactivar las hipótesis de conflicto entre los dos países y desarrollar una política exterior que contribuyera a promover los principios democráticos en Chile. El primer objetivo se logró al año de la asunción de Alfonsín, con el Tratado de Paz y Amistad con Chile, una solución definitiva al conflicto por el Canal Beagle, que casi nos lleva a la guerra con el país vecino cuatro años antes.
Desactivar ese foco de tensión fue clave para encauzar toda la energía -así como los recursos y el presupuesto- en el proyecto democratizador. Con respecto al segundo objetivo, era necesario animar a las principales fuerzas de la oposición –entre ellas, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista y el Partido Radical– a fortalecer el diálogo y comprometerse a presentar un frente unificado contra Pinochet.
La consecución del primer objetivo coadyuvó a concretar el segundo, ya que -en el marco de la firma del tratado de paz- se ahondaron las conversaciones con la oposición democrática chilena que Alfonsín había iniciado cuando aún Argentina estaba en dictadura.
Una vez verificado su triunfo en los comicios, Alfonsín mandó una señal decisiva: invitó a su ceremonia de asunción a una nutrida delegación de la Alianza Democrática encabezada por Ricardo Lagos, y la ubicó estratégicamente detrás de los jefes de Estados y Gobierno presentes en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Diez filas más atrás, relegado, se ubicaba un único representante oficial del régimen de Pinochet.
Pero, tal vez, la contribución más relevante que realizó Alfonsín para allanar el camino hacia la recuperación de la democracia en Chile, ocurrió en una isla más de 6000 kilómetros al norte.
Se ha hablado hasta acá del papel de los Estados Unidos en el apoyo a Pinochet y a la Operación Cóndor, pero en América Latina también estaba presente el otro polo de la Guerra Fría, la Unión Soviética, principalmente a través de Fidel Castro. La influencia de Cuba en América Latina estaba caracterizada por el extendido aliento y promoción de grupos armados insurreccionales. En Chile, brindaba apoyo logístico al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización armada vinculada al Partido Comunista.
Alfonsín estaba convencido de que “si una lucha armada se instalaba en un país del Cono Sur, se podían llegar a perder los esfuerzos por dejar atrás las dictaduras militares”. Sostenía que “debía procurarse evitar la reinstalación de la violencia en cualquier territorio limítrofe porque se podrían retroalimentar los sectores antidemocráticos de la Argentina”. Con estas convicciones, decidió viajar a La Habana. Fue algo notable para la época ya que ningún mandatario argentino había visitado antes la isla.
Años después, el propio Alfonsín escribió en Clarín que “Fidel había cumplido su palabra y creo que contribuyó a terminar con la Guerra Fría en América Latina”. Alfonsín era consciente de que la democratización de los países de la región era una condición sine qua non, no solo para abordar los problemas comunes vinculados al desarrollo económico y social que afectaba a todo el subcontinente sino, también, para asegurar la democracia en nuestro propio territorio.
Tal como ha sido recogido del testimonio de líderes americanos en ocasión de los funerales del expresidente argentino, la democrática diplomacia presidencial jugó un papel más que significativo en el aliento y el estímulo de las fuerzas democratizadoras.
Nota original publicada en Clarin: https://www.clarin.com/opinion/pinochet-sucedio_0_gpHrsVnMnK.html
Y en eso se fue Fidel
Por Sergio Wischñevsky
Desde el momento mismo de la Revolución, la idea de una corriente de hermandad entre Argentina y Cuba remontó vuelo. La personificaba el Che Guevara, el argentino cubano. Apenas cuatro meses después Fidel Castro llegó a nuestro país, gobernado por Arturo Frondizi.
En 1961 Fidel anunció el carácter socialista de la Revolución; un poco por vocación, un poco por necesidad de auto protegerse, aliándose a la Unión Soviética. En 1962, Argentina junto el resto del continente, con excepción de México, decidió romper relaciones bilaterales con La Habana, buscando su aislamiento internacional fogoneado por la derecha cubana instalada en Miami y por el propio Gobierno de Estados Unidos.
Frondizi se opuso a la exclusión de Cuba del sistema interamericano, intentó oficiar de mediador entre Estados Unidos y el bloque socialista. El 18 agosto de 1961, se entrevistó con Ernesto “Che” Guevara, entonces ministro de Relaciones Exteriores de Cuba. Tras la reunión, debió afrontar un planteo militar, siete meses después fue depuesto y arrestado.
Recién con el regreso del peronismo al poder se reestablecieron las relaciones el 28 de marzo de 1973. El acercamiento efectivo entre las autoridades de ambos países se dio durante la gestión del presidente Cámpora y se materializó con la presencia del presidente cubano, Osvaldo Dorticós, durante la ceremonia de asunción. Se lo puede ver en las imágenes de ese día histórico, sentado junto a Salvador Allende. De la multitud que lo recibió se oía: “Cuba y Perón, un solo corazón” o ”Cuba/ del brazo/ de nuestro Cordobazo”. Perón desde el exilio había declarado sus simpatías por Fidel y el Che: “Fidel Castro es tan comunista como yo”. Argentina entonces se convirtió en el tercer país de la región en reestablecer lazos con Cuba, ya lo habían hecho Chile y Perú. El objetivo era romper el bloqueo estadounidense. El activo ministro de economía argentino, José Ber Gelbard anunció acuerdos comerciales y el otorgamiento de préstamos a la isla.
Durante los gobiernos de Cámpora, Lastiri y Perón, Argentina reclamó en numerosas ocasiones la reincorporación de Cuba al sistema interamericano. Con la muerte de Perón, en julio de 1974, y la renuncia de Gelbard en octubre de ese mismo año, el entonces secretario de Agricultura y Ganadería, Carlos Emery, decidió interrumpir los envíos a la isla, sin otorgar ninguna explicación respecto de las razones que impulsaron tal medida.
A partir del Golpe de 1976 las relaciones bilaterales entre ambas naciones se mantuvieron congeladas y protocolares. El 9 de agosto de 1977 fueron secuestrados por una patota, integrada por cuarenta miembros del ejército argentino, los funcionarios de la Embajada cubana, Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández, junto a otros cuatro jóvenes argentinos, a escasa distancia de la sede diplomática, la que fue víctima de varios atentados, incluyendo un intento de asesinato contra el embajador. Pese a ello durante la guerra de Malvinas, en 1982, el encuentro de Fidel con el Canciller argentino Nicanor Costa Méndez tuvo ribetes de comedia cuando el barbado comandante lo estrechó en un fuerte abrazo latinoamericano que mostró notoriamente incómodo al distinguido diplomático que puso cara de “en que lio nos hemos metido”.
El regreso de la democracia en 1983 volvió a estrechar los lazos. El 18 de octubre de 1986, Alfonsín se transformó en el primer presidente argentino en visitar Cuba. La empatía entre ambos dirigentes fue fuerte y Alfonsín, con picardía, invitó al Comandante a pescar con él en la laguna de Chascomús cuando terminara su mandato. El líder cubano le contestó: “¿Por qué tenemos que esperar tanto?”. Pasarían otros veintitrés años antes de que otro presidente argentino visite la isla. Lo cierto es que año tras año el gobierno alfonsinista votó favorablemente a Cuba en la ONU. Esta conducta se interrumpió con la llegada de Carlos Menem a la presidencia. El alineamiento total del menemismo con las políticas de EEUU llevó a la curiosa situación de que mientras ambos líderes, el cubano y el argentino, se intercambiaban regalos: habanos por vinos riojanos, la política exterior fue claramente hostil. Y justamente en un momento de gran vulnerabilidad para la revolución.
Un punto álgido de la relación bilateral fue cuando Fidel calificó de “lamebotas” a Fernando De la Rua por su condena en la ONU a la política de Derechos Humanos en Cuba. Este alineamiento automático con EEUU se modificó con la presidencia de Duhalde y durante la década larga kirchnerista entró en una fase de empatía histórica.
Fidel Castro fue un referente para todos aquellos para los que la política significa algo. Un mojón desde donde ubicarse, para apoyarlo o criticarlo.
SI como con sagacidad ha señalado Federic Jameson: “hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, uno no puede menos que agradecerle a este enorme líder, que haya contribuido a permitirle a tres generaciones imaginar: el fin del capitalismo antes que el fin del mundo. Eso significa, en definitiva, el saludo, santo y seña ¡Hasta la victoria siempre!