Tras el fallecimiento de Julio Muniagurria, se encendieron las alarmas. Luis Quevedo, Oscar Vázquez y Eduardo Somoza decidieron convertir el duelo en una pulsión de vida, honrando al amigo y reconociendo mutuamente la experiencia compartida. Así nació el encuentro del pasado 9 de diciembre, que reunió a quienes militaron en el radicalismo en los primeros años de regreso a la democracia.

 

¿Cómo describirías el papel del partido radical y, en particular, de tu generación en la década del 80, un momento crucial para la historia argentina en el que se abría el camino hacia el retorno de la democracia?

Con la irrupción de Raúl Alfonsín, el partido desempeñó un papel crucial al impulsar y organizar la campaña de 1983, defendiendo las libertades públicas y el estado de derecho. Si bien el partido siempre fue un actor político, Alfonsín cambió su dinámica al incorporar sectores juveniles, convirtiéndolo en una herramienta ágil y movilizada con la intención real de alcanzar el poder. El liderazgo de Alfonsín representó la esperanza democrática en contraste con los años oscuros de muerte y represión en Argentina.

 

¿Cómo empezaste a militar y cómo se desarrolló tu vínculo con la UCR?

Como joven que nunca había incursionado en política, observaba los acontecimientos desde los años 70 y presenciaba el deterioro social. Mi decisión de unirme a la UCR surgió con la llegada de Raúl Alfonsín y su propuesta lógica y movilizadora. Inicialmente, fui alfonsinista y luego radical.

 

¿Cómo era la organización del partido en aquel momento y cuáles eran los sueños y aspiraciones de esos jóvenes militantes?

Mi incorporación en 1982 se vio dificultada, porque se habían cerrado las afiliaciones, pero en marzo de 1983 me uní definitivamente. La organización interna tuvo desafíos, con un grupo de jóvenes con experiencia y otro recién llegado, en el que estaba. Al principio no sabía mucho que hacer, pero me sumaba a pintadas, mesas en las calles y las actividades del comité.

Con el tiempo, la falta de mayor participación mayor nos llevó a una división que se resolvió con esfuerzos. Así tuvimos nuestra primera reunión de lo que se llamaban “los 5tos” y tuve que hablar frente a Jesús Rodríguez. Allí planteamos que queríamos ser parte de la organización, aunque nosotros que éramos los “jóvenes inexpertos”. Fuimos aceptados.   La relación con Alfonsín era platónica, pero su propuesta democrática nos motivó. Éramos parte de un cambio democrático necesario. Y así se abría una oportunidad e cambio para todos.

 

¿Cómo se gestó el encuentro en memoria de Julio Muniagurria y por qué su fallecimiento movilizó tanto?

Julio Muniagurria era un amigo y compañero con una actitud positiva. Su enfermedad generó dolor y su fallecimiento reunió a amigos del partido después de muchos años. La idea de un reencuentro surgió tras sentir el afecto y reconocimiento mutuo por la vida partidaria compartida.

 

¿Cómo viviste el encuentro y qué conclusiones obtuviste al escuchar tantos testimonios?

El encuentro superó expectativas, a pesar de algunos tropiezos iniciales. La necesidad de compartir experiencias y charlar lo que sentimos. El deseo de concluir ese proyecto que nos reunió en los 80, creo que todos necesitábamos un lugar de encuentro y de discusión.

La falta de un espacio para el debate, para analizar que nos pasó, qué hizo el partido después del 89, como llegamos a esta situación, en fin la necesidad de recrear un proyecto que nos saque del lugar en el que se encuentra nuestro querido país. Ese fue el objetivo.

 

¿Qué necesita el radicalismo para ser un partido protagonista nuevamente?

El radicalismo debe dejar de ser un acompañante para convertirse en una alternativa real de poder. Debe volver a plantear sus principios y valores, sentir orgullo por Argentina y proponer un futuro distinto. Siento que no tenemos rumbo, que no sabemos para qué lado ir, sin proyectos de largo alcance, en realidad no sabemos que hacer como sociedad.

 

¿Cuál crees que es el legado de Raúl Alfonsín para el radicalismo y para Argentina?

El legado de Alfonsín sigue vigente: tolerancia, respeto, convivencia democrática y la defensa de la República. Su mensaje final en el Luna Park destaca la necesidad de querernos más como argentinos.

 

Marcelo Insúa compartió su testimonio tras participar en el encuentro y presentar un juego de magia, para romper el hielo, a partir de su larga experiencia en dicha profesión.

“La reunión con aquellos con quienes compartimos la militancia entre los 20 y los 40 años, una etapa mágica y entrañable, merecía iniciar con un truco de magia. Opté por un enfoque lúdico en el que todos participaron, experimentando la ilusión en sus propias manos. Distribuí cuatro tarjetas impresas a cada asistente: tres con palabras negativas como desesperanza, corrupción e injusticia, y solo una tarjeta con una frase positiva: “hay futuro”, acompañada por el escudo del partido”.

Cada persona mezcló las tarjetas, las rompió por la mitad, eligió al azar un trozo y lo guardó en su bolsillo. Los trozos restantes se intercambiaron y descartaron arrojándolos al aire aleatoriamente, hasta quedarse solo con media tarjeta en la mano. La sorpresa fue que, después del descarte, todos conservaron la mitad de una tarjeta en sus manos, y al reunirla con la que habían guardado en sus bolsillos decía “hay futuro”

La idea subyacente era demostrar que en medio del caos, si estamos juntos/as, hay futuro. La magia del encuentro resultó extraordinaria.

 

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