Ignacio Montoya Carlotto 2024
Por estos días estamos leyendo mucho, (al menos aquellos a los cuales el algoritmo de alguna manera nos reúne) frases como “defendamos la cultura” “no al achicamiento de la cultura” y un etcétera que es muy muy largo. Pero primero… ¿De qué hablamos cuando hablamos de cultura? Y ¿Qué incluimos en esa palabra y en esa definición? Sucede cuando hablamos de cultura, que reposamos sobre dos grandes definiciones: Una más relacionada la práctica antropológica, en el que se atribuye al concepto de cultura como un conjunto de elementos y características propias de una determinada comunidad humana, que incluye aspectos como: las costumbres, las tradiciones, las normas y el modo en el que un grupo humano tiene para pensarse a sí mismo, la forma de comunicarse y de construir una sociedad. Y por otro lado tenemos una definición clásica del concepto cultura: en el que se refiere al desarrollo del cúmulo de las denominadas “Bellas Artes” que son; la Filosofía, el Teatro, las Artes Plásticas, la Literatura, la Música, la Danza y hasta podríamos agregar al cine o las propuestas audiovisuales encolumnadas dentro del denominado “séptimo arte”. Cuando leemos, siempre dentro de esta coyuntura que vivimos por estos días, consignas como las del principio “defendamos la cultura” “no al achicamiento de la cultura” etcétera, estamos refiriéndonos a las artes. Y el desarrollo -o no – de las mismas.
Pues bien. Sin mediar tanta reflexión, mucha gente está de acuerdo que la sola idea de proponer un recorte de las artes esta mal. Ahora ¿Para qué sirve el arte / Cultura en un pueblo?
Un artista no es más que el vehículo de su obra. Esa obra, que cobra una forma y se materializa para los demás a través de su trabajo, es un bien intangible. Si bien entendemos que una escultura, un cuadro son cosas que podemos ver, tocar y están ahí, no son hechos a demanda de nadie y si bien surgen porque el artista manifiesta algo que a priori parecería personal, rara vez lo es. Es esta obra siempre la manifestación de un sentir más expandido que la frontera del propio artista. Vemos a lo largo de la historia del arte que la obra de cada artista es una crónica fiel del momento y el contexto en el ese artesano del arte habita. En este punto, la obra del artista, al no ser un servicio que responda a demanda alguna, recibe un trato que es por demás complejo. El valor que esta obra pueda tener para la comunidad que representa, no esta en concordancia con el precio que esta tiene al momento de ser realizada. Nadie paga por lo que no pide. Valor y precio pasan a ser dos conceptos muy diferentes. Ahora; ¿en qué lugar ponemos a toda manifestación artística que no responda a una demanda previa? Sobre todo en un contexto en donde se pide siempre lo que se necesita. Bien, cuando Ludwig Van Beethoven compuso su novena sinfonía nadie la necesitaba, pero bien cierto es que una vez que la obra fue presentada, el mundo ya no pudo vivir sin ella. Teniendo en cuenta todo esto, resulta complejo compensar esa variación entre valor y precio. Cuánto vale lo que hago en relación a lo puedo cobrar por ello. Entendiendo que el valor es algo tanto más subjetivo que el precio. Y sabiendo que el valor de una obra artística, en gran porte, está dado por el paso del tiempo. Tiempo que excede por mucho a la vida de su creador. Pocos productores de obra, observarán en vida cierta paridad entre el valor y precio, en sus creaciones.
A lo largo de los últimos siglos, conjuntamente con el desarrollo profesional del arte, vemos como la creación de obras artística que no respondan a una demanda específica, está subvencionada. La figura sobre la cual esto toma forma, varía a lo largo del tiempo, desde un benefactor, mecenas etcétera. En la consiguiente organización de la sociedad entorno al estado, muchas veces es el propio estado el que asume ese rol. Entendiendo los países que la producción de estos bienes intangibles, tiene un valor que ha de ser tenido especialmente en cuenta, defendido y cuidado.
Existen en otras latitudes numerosos métodos para encontrar ese equilibrio, que van desde fundaciones, la combinación de financiaciones públicas con el sector privado, inclusive en muchos casos con financiamientos que provienen exclusivamente del sector privado. El marco regulatorio y las formas dentro de las cuales esto se enmarca es más amplía aún y varía según fuera necesario. Pero responde siempre a una idea rectora que busca compensar aquello que la demanda no contiene. Y entender que esos bienes materializados de alguna manera en obras artísticas, representan mucho más que lo que su precio contiene, sino que responden a un valor ligado al desarrollo de la identidad de un pueblo.
Para poder entender mejor esto es menester haberse respondido a una pregunta compleja pero necesaria¿Qué pasa si estas obras no existen? ¿Qué pasaría con Argentina si la obra de Salgan, Quinquela Martín, Leguizamón, Gardel, Piazzolla, Spinetta, Charly García entre otros muchos más, no existiera? Nadie nunca les pidió que hicieran eso que hicieron. La respuesta a esta pregunta está en la guerra. Cuando un pueblo es derrotado en guerra, primero pierde su ejército e inmediatamente su cultura es subyugada y apropiada. Un pueblo que no se manifiesta, será un pueblo dominado. Sobran ejemplos en la historia humana en los que la resistencia al dominador se da primero desde un canto y luego desde la fuerza. Un pueblo que no es capaz de representarse culturalmente a sí mismo, será representado por otro. Si nosotros no decimos como somos, alguien de afuera lo dirá. Y seremos así lo que otro quiere que seamos. Ni lo que somos, ni lo que queremos ser. Lo que otro diga.
A lo largo de más de un siglo en Argentina el proyecto de país que desarrollaron, pensaron y llevaron adelante generaciones enteras, contempló al estado en el rol de cuidar las manifestaciones culturales de propio pueblo. Entendiendo que son singulares, valiosas y necesarias. Lo que nos valió el orgullo de saber que de esta tierra broten al mundo entero creadores de obra que son referencia de la humanidad toda. Tantos son, que no se llega siguiera a poder enumerarlos.
Estas acciones se dieron forma en instituciones que lo largo de muchos años han realizado esa tarea. Hacer que los artistas hagan su tarea.
Esos espacios están a punto de desaparecer. Con ello todo lo demás.
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