Pablo Lozada Castro, politólogo.

Desde hace varias décadas nuestro país viene sufriendo crisis económicas recurrentes asociadas a problemas estructurales que no terminan de resolverse – más allá de algunos momentos de relativa estabilidad – y de cada una de esas crisis nuestra sociedad ha salido más pobre y desigual.

Cada una de esas crisis ha generado una gran desconfianza de la ciudadanía sobre el estado, la política y las instituciones políticas de gobierno, como así también – y como está sucediendo actualmente – en la moneda de curso legal.

Esa desconfianza sobre la capacidad de la dirigencia política – y los partidos políticos a los que pertenecen – para resolver las crecientes problemáticas sociales que atraviesa el país, puede llevarnos a una nueva crisis de representación.

La dirigencia política debe tener como imperativo trabajar para que eso no suceda, teniendo en cuenta la complejidad del escenario a nivel económico y social tanto el oficialismo como la oposición deben alcanzar un nivel más alto de diálogo y cooperación, donde la mayor responsabilidad la tiene el presidente que es quién debe convocar a ese diálogo, pero para poder hacerlo debe reconstruir la confianza con los sectores de la oposición más abiertos a cooperar.

El hacerlo no va a garantizar per se que los resultados vayan a ser positivos para el oficialismo  – que se encuentra atravesando una dura crisis de confianza – pero el no hacerlo muy probablemente  profundizará la desconfianza no sólo en el gobierno sino también en gran parte del sistema político.

A diferencia de diez años atrás hoy existen dos grandes coaliciones claramente identificadas con representación territorial y legislativa. El desafío pasa por lograr acordar una agenda de prioridades junto a los gobernadores, los empresarios, y los representantes de los trabajadores, manteniendo canales de comunicación con las organizaciones sociales.

Si bien entendemos la complejidad de reconstruir la confianza con la oposición y hacer una convocatoria de ese tipo mientras se atraviesa una crisis cambiaria, el hacerlo muy probablemente lograría atenuar los efectos de la crisis que estamos atravesando, que lejos está de finalizar.

El no hacerlo nos puede llevar a una situación peor a la actual con un impacto muy negativo en términos de representación, que no sólo debilitaría al oficialismo y a la oposición, sino que también abriría la puerta al surgimiento de opciones irresponsables o antisistema que dañarían aún más a nuestra ya maltrecha democracia.

Lo que exige el momento es una gran responsabilidad de la dirigencia para aportar certidumbre y evitar que la crisis ponga en jaque la gobernabilidad.

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